Seguramente habréis tenido que visitar a vuestro médico de familia -antiguo médico de cabecera-en alguna ocasión en la población en la que vivís; aunque sólo haya sido para tratar una simple gripe o infección.
   Yo últimamente he tenido que ir asiduamente por el embarazo de mi mujer, y anteriormente por los problemas de mi
ciática. Desde que empezamos a ir al médico, hemos tenido tres facultativos en medicina familiar. Al principio nos asignaron un doctor muy joven, varón, no creo que llegara a la treintena, se le veía muy infeliz en su trabajo que probablemente no le agradaba demasiado, o tenía algún problema con el destino que le habían asignado, porque era de lo más antipático e inhumano que te puedes echar a la cara. No te miraba directamente a los ojos, no te contestaba si le preguntabas algo, y siempre tenía una frase cortante para decir que los análisis y las pruebas eran los que mandaban y que ya veríamos lo que se hacía... Unos meses más tarde nos comunicaron que había pedido destino en otra ciudad de la provincia de Barcelona y que ya no lo tendríamos más como médico familiar.
   Después, la plaza vacante fue ocupada por una doctora, también bastante joven ella, de unos treinta y pocos años de edad; si el descontento había reinado con el médico anterior, con la nueva la cosa fue a peor. El trato dispensado en su consulta podría ser comparado al recibido por cualquier camarera de bareto de mala muerte; te hablaba siempre de tú despectivamente, cuestionaba casi siempre lo que le explicabas en relación con los síntomas de la dolencia en cuestión, incluso se atrevía a manifestar, cuando se le solicitaba el trámite de una baja laboral, que aquello era una pérdida de tiempo y que ella no estaba para rellenar partes de baja o hacer tareas administrativas.
   Sin embargo, a la tercera fue la vencida. No contentos con la doctora anterior, solicitamos en la seguridad social que nos asignaran otro médico que alguna vez había asistido a mi mujer y que, realizando alguna suplencia de verano, nos había causado una grata impresión. Se trata de un señor bien entrado en la cuarentena, de aspecto algo nórdico o centroeuropeo ya que parece ser que es de ascendencia extranjera por el segundo apellido que consta en el cartel de su consulta. Las incomodidades dispensadas por los otros dos médicos se iban a desvanecer de golpe: este médico era verdaderamente nuestro médico, un hombre dedicado a la medicina que se preocupaba por
nuestra salud, que te llamaba por tu nombre, con sentido del humor, sensible y humanamente cercano, ya que rara vez es la que no te toca con su mano en el hombro o te hace alguna gracia. Fijaos si es profesional, que a pesar de las condiciones de estrés en las que se ve que trabaja, siempre te atiende, llegues cuando llegues a su despacho, y a pesar de haber concluido él su jornada laboral diaria.
   Por todo lo anterior, quiero afirmar que
el factor humano en la medicina familiar se está perdiendo. Un médico no debe ser simplemente una persona que prescribe pruebas y análisis; aunque éstos se tengan que realizar necesariamente para obtener unos diagnósticos más objetivos y acertados. El médico de cabecera debe ser ante todo un sanador, la persona de mayor confianza en lo que a tu salud se refiere, aquel profesional de la medicina que se preocupa por tu persona y que siempre empieza su relación contigo diciéndote: ¿cómo te encuentras fulanito/a?
   Considerando la medicina como una profesión del todo vocacional, en la que el objeto principal de su aplicación, no son unos meros cuerpos humanos, impersonales, repletos de órganos, fluidos, y otros elementos anatómicos, sino personas, sí personas con sus nombres y apellidos, que se merecen un trato cuando menos digno, respetuoso y amable; abogo en favor del médico de familia humano, el que me cura en todos los sentidos del término, y repudio al simple científico de la medicina, que sabe de todo menos tratar con personas y ser el profesional que me cura.