Y cómo la vida puede cambiarte totalmente en 10 minutos
No sé si la habéis visto. Yo, hace mucho tiempo ya, que no puedo ver cine en la gran pantalla. Ayer la alquilé en el video-club del que soy socio y la verdad es que para mí es un peliculón. Tiene un argumento ingenioso y desde el principio uno se mete tanto en la película que parece que sea un recluso más. No me extraña que haya ganando ocho Premios Goya en el 2010.
Juan Oliver es un joven funcionario de prisiones que visita la cárcel de Zamora un día antes de su incorporación oficial para familiarizarse con el lugar de trabajo y sus compañeros. Visitando el centro penitenciario, estalla un motín y sufre un accidente, que hace que sus compañeros de visita le dejen desmayado en una celda vacía de la cárcel, la 211. Después, tiene que disimular su verdadera identidad y hacerse pasar por otro preso más. Los acontecimientos hacen que su mujer embarazada, muera por los golpes de un funcionario de prisiones violento, a la sazón un tal Utrilla, encarnado por el actor Antonio Resines; y que Juan empujado por el azaroso destino, tenga que convertirse en lo que no es: un verdadero recluso y un homicida.
No os cuento más y os dejo el trailer para que vayáis haciendo ganas de verla. De verdad, merece la pena.
Esta película me ha mandado un mensaje claro: la vida está llena de circunstancias que pueden llegar a darle un giro de 360 grados a nuestra existencia; y en cuestión de minutos, nuestro papel en la vida puede cambiar repentinamente de carcelero a preso, de pacífico a violento, de tener un futuro familiar prometedor a no importarte siquiera tu propia vida.
Por otro lado, y a nivel sociológico, constato con esta película que el sistema te mantiene en uno de los dos únicos bandos posibles mientras los acontecimientos se desarrollen según lo esperado y establecido socialmente. Ahora bien, cuando las cosas se salen de madre, el sistema no duda en atribuirte y recolocarte en el bando contrario, en el menos deseado, hasta el punto de querer a toda costa aniquilarte.
Cómo diría el erudito, son las paradojas del destino.